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RESUMEN | ABSTRACT
En este artículo ponemos en cuestión el binomio del sadomasoquismo defendido en
general por el psicoanálisis freudiano. Proponemos en su lugar la independencia de
estas dos expresiones de la perversión, apoyándonos en el estudio y análisis de las
obras del Marqués de Sade y de Sacher-Masoch realizado por Gilles Deleuze.
In this article we call into question the binomial of sadomasochism defended in
general by freudian psychoanalysis. We propose in its place the independency of
these two expressions of perversion, based on the study and analysis of the works of
the Marquis of Sade and Sacher-Masoch done by Gilles Deleuze.
1. INTRODUCCIÓN
1 Lin-Ku, 2016.
el propio perverso que la vivencia.
Por tanto, no es de nuestro interés valorar el grado de normalidad de las
diversas conductas perversas ni hacer juicios condenatorios, sino comprender al
sujeto perverso, sádico o masoquista, en su totalidad. Que sus actos y pensamientos
se salgan de la lógica del hombre medio no tiene porqué conducirles necesariamente
a ser tachados como sujetos anómalos y enfermos. De este modo, a partir de la
literatura de Sade por un lado, y de Masoch por el otro,
estudiaremos las particularidades, las similitudes y las A partir de la
diferencias entre sadismo y masoquismo y proponemos que literatura del
sadismo y masoquismo son entidades independientes y no Marqués de Sade y
complementarias. de Leopold von
Puesto que el juicio clínico está repleto de prejuicios, Sacher-Masoch
hay que volver a empezar todo por un punto situado fuera de estudiaremos las
la clínica, el punto literario, desde donde fueron nombradas particularidades, las
las perversiones. No es casual que el nombre de dos similitudes y las
escritores sirva aquí de designador; es posible que la crítica diferencias entre
(en el sentido literario) y la clínica (en el sentido médico) sadismo y
estén decididas a entablar nuevas relaciones donde la una masoquismo.
enseñe a la otra, y recíprocamente2.
3. LA CUESTIÓN DE LA COMPLEMENTARIEDAD
Normalmente son los médicos quienes otorgan sus nombres a las enfermedades que
investigan; ejemplos de ello son la enfermedad de Crohn, el Parkinson y el
Alzheimer. Pero las figuras de Leopold von Sacher-Masoch y sobre todo el
Marqués de Sade se hicieron escuchar hasta el punto de convertirse sus apellidos
en las denominaciones de las patologías que designan. Incluso hay quienes
consideran Las 120 jornadas de Sodoma como el primer compendio de desórdenes
sexuales, anticipándose un siglo a los psiquiatras Freud, Krafft-Ebing y Havelock
Ellis. Si bien nadie niega la exactitud y amplitud de dicho catálogo sexual, difiere por
completo de los manuales clínicos. En primer lugar, no conserva la distancia
científica.
La Psychopathia Sexualis de Krafft-Ebing es una larga enumeración
descriptiva de casos de transgresiones sexuales. ¿Cuál es la diferencia con una obra
de Sade? La diferencia es enorme: el narrador de Sade es uno de los personajes, un
libertino (Juliette) o una víctima (Justine); en Krafft-Ebing, no hay narrador sino la
mirada del médico que conlleva una interpretación implícita de las prácticas eróticas
en tanto que extranjeras a sí mismo, enfermas, condenables, “otras”, como
alienadas.19
Y en segundo lugar, porque nos perturba profundamente con su maldad.
Si bien los especialistas reconocen la exactitud casi clínica de su cuadro de las
pasiones, Sade no se atiene en él, ni se acerca, a la estricta objetividad científica: sin
discusión, unos personajes llenos de maldad, un decorado que pervierte el espacio
como máquina de placer, unos comentarios voluntariamente escandalosos hacen que
el proyecto se deslice hacia la ficción20.
De Sacher-Masoch derivó el término “masoquismo” acuñado por Krafft-Ebing
para referirse a “una curiosa perversión de la vida sexual que consiste en desear verse
completamente dominado por una persona del sexo opuesto, soportando de ésta un
trato autoritario y humillante, y que puede alcanzar incluso al castigo efectivo” 21. A
partir de esta definición, la primacía en el masoquismo no es sentir placer en el
dolor como piensan algunos, sino la sumisión y la humillación. Por otro lado,
también a manos de Krafft-Ebing, el término “sadismo” fue tomado del Marqués de
Sade para designar la perversión sexual mediante la cual la propia excitación es
provocada cometiendo actos de crueldad en otra persona.
Por tanto, fue un psiquiatra, Krafft-Ebing, quien situó la perversión en el marco
cultural, el que señaló la importancia para la medicina y la salud mental el estudio de
la literatura y la filosofía.
19 Bedouelle, 2006, 4.
20 Le Brun, 2008, 39.
21 Krafft-Ebing, citado en Castilla del Pino, 1973, 10.
4.2 OBSCENIDAD O DECENCIA
Aunque la idea del sadismo nos lleva a pensar en un amo cruel, el lenguaje de Sade
es paradójico porque es el de una víctima. Los verdugos emplean el lenguaje
hipócrita del orden y el poder establecidos, en busca de motivos que excusen la
realización de sus atrocidades; Sade no busca que lo eximan de culpa alguna. Es más,
sólo las víctimas pueden describir las torturas con la minuciosidad con la que lo hace
él. Esta contrariedad bien podría explicarse, como veremos más adelante, por el
masoquismo (no auténtico) existente en todo sadismo.
Es el lenguaje de Sade también un lenguaje que desmiente la relación del que
habla con aquellos a quienes se dirige, pues no tiene intención de persuadir o
convencer al otro, sino de demostrar, y no sólo en la teoría, sino también en la
práctica a través de los imperativos pronunciados por los
libertinos de sus novelas, libertinos que profesan el más Si del lado del
íntegro ateísmo y la más radical anarquía. Sade obliga a sádico nos
escuchar todo lo que tiene que decir. encontramos con
Porque el imperativo del fantasma sadiano, antes que una intención
su escenificación en lo imaginario de las escenas sexuales, es demostrativa, del
de entrada un hay que oír, y en eso está relacionado con lo lado del masoquista
más estructural de la perversión. Antes de que el miembro acontece justamente
monstruoso fuerce el orificio, anal o vaginal, de la víctima, el lo contrario.
enunciado del fantasma fuerza la oreja del lector. La fuerza
por su monstruosidad, por su violencia, pero también y sobre todo lo fuerza por la
voluntad totalitaria que implica. (...) Para él, el imperativo de gozar mediante el
crimen se convierte, dentro de su prisión, en el imperativo de decirlo todo a través de
la escritura22.
En este punto se diferencia el libertino sadiano del perverso freudiano, pues
bajo la concepción de Sade “el verdadero ateo, en la medida en que realmente exista,
no se ata a ningún objeto: obedece a sus impulsos, al movimiento perpetuo de la
naturaleza cuyas criaturas solo son espuma para él”23, mientras que para Freud sí
existe cierta relación de dependencia del perverso con su víctima:
En este estado, la conciencia queda fijada a la realidad del prójimo que ella
aspira a negar, pero que solo intensifica por el amor-odio que le confiesa: el
depravado permanece atado a la víctima de su lujuria, a la individualidad de esa
víctima cuyos sufrimientos quisiera prolongar “más allá de los límites de la
eternidad, si pudiera tenerlos”.24
Si del lado del sádico nos encontramos con una intención demostrativa, del
lado del masoquista acontece justamente lo contrario:
El héroe masoquista parece educado y formado por la mujer autoritaria, pero
en lo más profundo es él quien la forma y la disfraza, y le sopla las duras palabras que
ella le dirige. La víctima habla a través de su verdugo, sin reservas25.
Masoch funda la doctrina del suprasensualismo a través del cual busca una
sensualidad transmutada. “Todo el animal sufre cuando sus órganos dejan de ser
animales: Masoch pretende vivir el sufrimiento de una transmutación semejante”34.
Por eso en sus novelas el amor encuentra su objeto en la mujer dentro de la obra de
35 Ibíd., 73.
36 Ibíd., 74.
37 Ibíd., 73.
38 Lin-Ku, 2016.
El perverso es entonces, a fin de cuentas, un niño frustrado tardíamente, y
como tal se quedará fijado para siempre en su infancia, o bien como el niño malo con
sus travesuras (sádico) o bien como el niño malo al que hay que castigar
(masoquista).
La perversión, por lo tanto, es aquel dispositivo que suprime injustísimamente
la libertad de los demás. Quizá preserve de la decepción amorosa y tenga como
principal finalidad evitar el duelo pero, de ser así, es un procedimiento cobarde y
ventajista. La perversión nace bajo el estímulo del desencuentro39.
Ante esta dinámica familiar el perverso percibe a su madre como figura
gratificante y frustrante a la par, y al padre como figura odiada y amenazante, como
un intruso en la relación madre-hijo. El objeto ansiado, que es el acceso total a la
madre, queda vedado, pudiendo alcanzarlo solamente de modo parcial. El objeto
femenino se constituye como objeto de deseo y, por ello, también como objeto de
temor. Queda formado así el superyó del perverso por internalización de una
presencia paterna inconsistente, un superyó anómalo que obliga a la repetición de la
escena traumática en una búsqueda ilusoria de un final menos desconcertante.
La relación perversa es por tanto el único modo que ha encontrado el sujeto
perverso para relacionarse con la mujer, sin que la angustia de castración lo aniquile.
Precisamente Sacher-Masoch concibe a la mujer como casta e inasible, divina,
la que se encuentra más allá de toda posible contaminación de lo terrenal. Pero
también es cruel y despiadada.
Ante nuestra mente aparece una procesión de crueles madres-diosas de las
culturas antiguas: la Kali hindú con sus muchos miembros; la babilónica Istar, diosa
de la guerra, la caza y la prostitución; la destructora Astarté de los sirios; la señora de
las serpientes de Minos, y muchas otras, todas personificaciones de lo Hermoso y lo
Terrible. El verdugo femenino tiene para el masoquista el mismo irresistible encanto
de estos ídolos. Ella es la Astarté de los tiempos modernos.40
Ante la madre-diosa y la mujer-verdugo ciertamente el amor es vivenciado
desde el más profundo horror.
Me preguntas por qué le tengo miedo al amor. Le tengo miedo porque temo a la
mujer. Veo en la mujer algo hostil, se me presenta a mis ojos como un ser
completamente sensual y extraño, de igual modo que la naturaleza inanimada. Ambas
me atraen y me repelen al mismo tiempo del modo más ominoso.41
Adorada y temida a la vez, Wanda es acariciada y besada, pero jamás
penetrada, pues Severino no puede acceder al objeto de deseo por completo, sino sólo
de forma parcial, por medio de la esclavitud y la humillación, hasta el punto de que
teme la libertad, porque la libertad para el masoquista no es otra cosa que la
angustiosa pérdida del objeto.
Si es que no puedo gozar plena y enteramente la dicha del amor, necesito
apurar al copa de los sufrimientos y de las torturas, ser maltratado y engañado por la
mujer amada, cuanto más cruelmente, mejor. ¡Es un verdadero goce!42
Porque su propio sueño erótico consiste en proyectar, sobre personajes que no sueñan
sino que actúan realmente, el movimiento irreal de sus goces (...) cuanto más soñado
es ese erotismo, más exige una ficción de la que el sueño esté desterrado, donde el
desenfreno sea realizado y vivido.52
Pero finalmente ambos viven en su fantasía perversa y todo intento de salir de ella los
precipita todavía más hacia el fondo.
Sacher-Masoch vive por y para su mundo fantasmático, y cada vez que intenta una
aproximación a la vida real solo obtiene un fantasma más. (...) Como el protagonista
de la novela, Severino, Sacher-Masoch puede autodefinirse como un ultrasensualista
(übersinnlich), en el sentido goethiano del término: “yo soy ultrasensualista..., en mí
toda concepción procede, ante todo, de la imaginación y se nutre de quimeras”.53
Sade detesta la ley y al tirano por hablar su lenguaje. Por ello en sus novelas los
héroes hablan en un lenguaje en el que jamás lo haría el tirano, superando la ley y
destituyéndola mediante la idea del Mal.
Sacher-Masoch también embiste contra la ley, pero lo hace de una forma más
sutil: demostrando lo absurda que es la ley. El héroe masoquista se burla de ella. El
latigazo ya no castiga la erección, sino que la provoca. Se trata de experimentar el
A falta de un pacto acordado entre sus instancias psíquicas para un mayor equilibrio
mental y una mayor adaptación social, el perverso da rienda suelta a su tendencia,
pues tiene la capacidad para desobedecer a su superyó en determinados momentos y
satisfacer sus impulsos. La perversión es la última defensa contra la psicosis, y como
eje central de la estructura perversa se encuentra la denegación. Y el elemento de la
denegación por excelencia es el fetiche. No debe entenderse éste como un símbolo,
sino como un velo que oculta tras de sí el horrible secreto del cual el perverso no
quiere saber nada: la ausencia del falo materno.
El fetiche no sería de ninguna manera un símbolo, sino una suerte de plano fijo
y coagulado, una imagen congelada, una fotografía a la que volveríamos una y otra
vez para conjurar las incómodas consecuencias del movimiento, los incómodos
descubrimientos de una exploración: el fetiche representaría el último momento en el
que todavía fuera posible creer...57.
El fetichismo, así definido por los procesos de denegación y suspenso,
pertenece esencialmente al mundo del masoquismo, constituyéndose incluso en una
condición sin la cual no existe masoquismo propiamente dicho. A través de la
denegación y el fetiche el masoquista suspende lo real y encarna el ideal en este
suspenso, que no es otro que el nacimiento de un segundo yo libre del padre.
En el sadismo puede darse el fetichismo, pero sólo de manera secundaria,
superando el contexto de la denegación y el suspenso, para pasar al de lo negativo y
la negación, y servir a la condensación sádica.
Según Freud, el sádico está desprovisto de superyó mientras que el masoquista tiene
un superyó devorador que vuelve el sadismo contra él. Desde este punto de vista se
explica la crueldad del sádico por la ausencia de una instancia punitiva. Sin una
figura capaz de amedrentarlo y castigarlo, el sádico siente plena libertad para
esquivar a placer cualquier coacción moral. De forma inversa, la necesidad de castigo
del masoquista se explica por una instancia moral exageradamente estricta y
perfeccionista. El constante sentimiento de culpa lo empuja una y otra vez a buscar la
expiación de sus pecados.
Deleuze propone que podemos invertir la fórmula freudiana: el aplastamiento
56 Ibíd., 72.
57 Ibíd., 35.
del yo masoquista y la ausencia de un superyó en el sádico son meras apariencias.
En la proyección masoquista sobre la mujer golpeadora se revela que el
superyó no adapta una forma exterior sino para hacerse aún más grotesco y servir a
los propósitos de un yo triunfante. Del sádico se diría casi lo contrario: que tiene un
superyó fuerte y aplastador, y que solo tiene eso58.
Lo que moraliza al superyó es la coexistencia y complementariedad con un yo
interno, y el componente materno que custodia esta unión. Pero el sádico tiene un
superyó tan fuerte que se ha identificado con él, se ha convertido en su propio
superyó y ha expulsado fuera de sí al yo junto al componente materno. Queda en él
sólo la cruel inmoralidad que ataca precisamente a ese yo y a esa madre que ha
negado.
El sadismo no tiene otras víctimas que la madre y el yo. No tiene más yo
que en el exterior: tal es el sentido fundamental de la apatía sádica. No tiene más yo
que el de sus víctimas: monstruo reducido a un superyó, superyó que realiza su
crueldad total y que recobra de un salto su plena sexualidad en cuanto deriva su
potencia hacia afuera59.
Esto explica el pseudomasoquismo del sadismo. Expulsado el yo al exterior, el
sádico se identifica con el dolor infringido a sus víctimas. Nada tiene que ver con el
masoquismo del auténtico masoquista.
Respecto el masoquismo, el yo triunfa y expulsa el superyó afuera bajo la
figura de la mujer déspota. A diferencia del sadismo, aquí la instancia expulsada no es
negada, sino denegada, o sea, conserva su función. El superyó continúa siendo
castigador, aunque denegado a modo de caricatura, pues las prohibiciones del superyó
son para el masoquista las condiciones para alcanzar el placer. Igual que pasaba en el
sadismo, encontramos en el masoquismo un pseudosadismo que nada tiene que ver
con el sadismo del verdadero sádico.
El sadismo va de lo negativo a la negación: de lo negativo como proceso
parcial de destrucción que se repite indefinidamente, a la negación como idea total de
la razón. Para entender este movimiento es menester entender el funcionamiento del
superyó en la perversión sádica. Como el superyó exilia al yo y lo proyecta en sus
víctimas, el sádico se encuentra siempre ante un proceso de destrucción que debe
iniciar una y otra vez. Y como el superyó funda un extraño ideal del yo (identificarse
con sus víctimas), totaliza los procesos parciales, los supera hacia una idea de la
negación pura que constituye el frío pensamiento del superyó.
Por otro lado, el masoquismo va de la denegación al suspenso: de la
denegación como proceso que se libera de la presión del superyó, al suspenso como
encarnación del ideal. La denegación es un proceso cualitativo que le cede a la madre
la ley y la posesión del falo. El suspenso representa la nueva cualificación del yo, el
ideal de renacimiento a partir de ese falo materno sin intervención alguna del padre.
Entre ambos, denegación y suspenso, se desarrolla una relación cualificada de la
imaginación en el yo, muy distinta de la relación cuantitativa del pensamiento en el
superyó, puesto que la denegación es una reacción de la imaginación, tanto como la
Freud postuló ya en la etapa final de su vida y obra que había algo más allá del
principio de placer. Hablar de más allá no implica hablar de una excepción, pues todo
termina por conciliarse con el principio de placer, ya sean las situaciones
aparentemente displacenteras, las repeticiones perniciosas o el peor de los síntomas.
“En síntesis, no hay excepción al principio de placer, aunque existan singulares
complicaciones del placer en sí”61. Empero que nada desentone con el principio de
placer, no significa que todo proceda de él.
(...) el principio de placer reina por encima de todo pero no lo gobierna todo.
No hay excepción al principio, pero hay un residuo irreductible al principio. No hay
nada contrario al principio, pero hay algo exterior, y heterogéneo al principio: un más
allá...62.
Ese algo no explicable a partir del principio de placer se debe a la existencia de
su contrapartida: la pulsión de muerte. “Más allá de Eros, Tánatos. Más allá del
fondo, lo sin-fondo. Más allá de la repetición-lazo, la repetición-goma, que borra y
mata”63. Es la energía que lleva a la destrucción del prójimo y de uno mismo, pero
también es la energía que equilibra la pulsión de vida. Eros y Tánatos conviven como
las dos caras de la misma moneda, por lo que toda destrucción conlleva una
construcción y toda separación una unión. La negación no es posible en el
inconsciente, puesto que los opuestos van de la mano64.
La pulsión tanática es la envoltura exterior común a ambas perversiones. Eros
es desexualizado y Tánatos resexualizado, y en medio de este proceso el placer y la
repetición se han intercambiado los roles. En el sadismo y en el masoquismo no se
repite lo que en su momento ocasionó placer, sino que la repetición baila sola y el
placer sigue sus pasos, haciendo que el principio de placer deje de ser la brújula de
nuestra psique. “El hecho de que el dolor y el displacer puedan dejar de ser una mera
señal de alarma y constituir un fin, supone una paralización del principio del placer:
el guardián de nuestra vida anímica habría sido narcotizado”65.
4.11 NO COMPLEMENTARIEDAD
60 Deleuze, 2008, 129.
61 Deleuze, 114.
62 Ibíd., 115.
63 Ibíd., 117.
64 Deleuze, 2008, 118.
65 Freud, 1924, 2752.
A Deleuze no le satisfacían las teorías psicoanalíticas defensoras del binomio sadismo
y masoquismo. Propuso que la vuelta de la energía hacia el propio sujeto implica una
desexualización, un abandono de las metas sexuales.
Entonces cabe imaginar un sadismo vuelto contra el yo de un superyó
ejerciéndose de forma sádica contra el yo, sin que por ello exista masoquismo del yo.
Para que haya masoquismo debe haber una resexualización de esa energía,
caracterizada por el deseo de ser castigado: la punición resuelve la culpa y la
angustia, posibilitando el placer sexual. Por otro lado, como la vuelta contra el yo
remite a un estadio en el cual el superyó es sádico pero desexualizado, implica que es
además un estadio activo (“yo me castigo”, propio del neurótico obsesivo). Pero el
masoquismo, en su proceso de resexualización, se convierte en un estadio pasivo
(“me castigan”), el cual implica una proyección mediante la cual una persona del
exterior asume el papel de sujeto (la mujer verdugo).
No existe, por tanto, una complementariedad real entre sadismo y masoquismo.
“Se evitará en todo caso tratar el sadismo y el masoquismo como perfectos
contrarios, salvo para decir que los contrarios se rehúyen, que cada cual huye o
perece...”66. Asimismo, la pareja sadomasoquista no es posible. El verdadero sádico
busca una víctima que sufra, no un masoquista que goce; e igualmente el masoquista
busca instruir a un verdugo bajo el modelo específico de su fantasía, no quiere un
sádico que impone sus propias normas. El supuesto
masoquista de la escena sádica no es masoquista realmente, El lenguaje del
sino un componente del sadismo, de igual forma que la masoquista no es
figura sádica de la escena masoquista es en realidad un compatible de modo
componente del masoquismo. alguno con el del
(...) si la mujer-verdugo no puede ser sádica en el sádico porque
masoquismo, es precisamente porque está en el masoquismo, desaparecería ante
porque forma parte de la situación masoquista, en su carácter él.
de elemento realizado del fantasma masoquista: ella
pertenece al masoquismo. No en el sentido de que tendría los mismos gustos que su
víctima, sino porque tiene ese “sadismo” que no encontramos jamás en el sádico y
que es como el doble o como la reflexión del masoquismo. Otro tanto se dirá del
sadismo: la víctima no puede ser masoquista, pero no simplemente porque el libertino
se desconcertaría si ella sintiera placer, sino porque la víctima del sádico pertenece
enteramente al sadismo, es parte integrante de la situación y se muestra, aunque
parezca increíble, como el doble del verdugo sádico (...)67.
Y ni siquiera esta unión entre el sádico y el masoquista con su partenaire es
una relación verdadera, pues el perverso está encerrado en su propio mundo, ciego y
sordo de toda comunicación.
Tal vez cada uno de ellos, el sádico y el masoquista, escenifican un drama
suficiente y completo con personajes diferentes, sin nada que los ponga en
comunicación ni por dentro ni por fuera. Mal que bien, solo hay comunicación en el
66 Ibíd., 72.
67 Ibíd., 44-45.
normal68.
El lenguaje del masoquista no es compatible de modo alguno con el del sádico
porque desaparecería ante él.
El amo es el que habla, el que dispone del lenguaje en su totalidad; el objeto es
el que calla, permanece marginado, por una mutilación más absoluta que todos los
suplicios eróticos, de cualquier acceso al discurso, pues ni siquiera tiene derecho a
recibir la palabra del amo (...)69.
Finalmente, si bien ambos, sádico y masoquista, poseen el complejo placer-
dolor, “cabe preguntarse si su „ojo‟, órgano común a ambos, no es un ojo bizco” 70.
Aunque los dos comparten la vivencia de esta dualidad no tienen porqué hacerlo de la
misma forma. El complejo placer-dolor puede tomar múltiples formas y expresiones.
Resumiendo, el sadismo y el masoquismo son dos estructuras diferentes y no
funciones transformables.
5. CONCLUSIONES
Tras las indagaciones de Deleuze acerca del personaje sádico y del personaje
masoquista, no parece que el binomio freudiano del sadomasoquismo pueda existir.
Pero más allá de este cuestionamiento acerca de si el sadismo y el masoquismo
son o no complementarios, las obras del Marqués de Sade y de Leopold von Sacher-
Masoch no dejan indiferente a nadie. Pueden provocar admiración, repulsión, o una
mezcla de ambas, pero siempre remueven emocionalmente, tal vez porque “donde el
escándalo es extraordinario, el respeto es extremo”71. Todos llevamos un Sade y un
Masoch dentro de nosotros; todos albergamos, aunque sea de forma reprimida, un
monstruo en nuestro interior, así que estudiar sus obras y sus pensamientos nos acerca
un poco más a la comprensión del hombre.
6. REREFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
68 Ibíd., 49.
69 Barthes, 1997, 42.
70 Deleuze, 2008, 50.
71 Blanchot, 1990, 2.
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