Capítulo 1

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SIETE AÑOS DESPUÉS

Distrito de Sólntsevo, Moscú.

Diciembre de 1990.

Observaba el hielo caer por la ventana. Faltaban pocos días para navidad, una fecha que no tenía ningún significado para mí. Todos los días, todas las fechas, todas eran más de lo mismo, horas interminables de una vida que en algunas ocasiones dejé de hallarle sentido. Sin embargo, tuve a alguien que me obligó a no rendirme, que me hizo levantarme del suelo e incluso herido, tuve que seguir.

El ardor en mi omóplato izquierdo se volvería un constante recordatorio de lo jodida que era mi vida.

Regresé al escritorio, tomé asiento y cogí el libro que Sergey —mi padre— me había dado. Lo ojeé una vez más antes de cerrarlo. Cada palabra se metía en mi cabeza. Devoraba los libros uno tras otro. El conocimiento también debía ser parte de mi vida, ya que leer eliminaba la ignorancia, me hacía aprender, y ciertamente lo disfrutaba.

Hoy como todos los días, Sergey me dio un par de ejercicios que respondí de inmediato para posteriormente meterme de lleno en el libro que hacía unas horas terminé de leer.

—¿Terminaste? —interrumpió el susodicho al entrar a la biblioteca. La sorpresa me azotó. Levanté la vista un momento y le respondí.

—Sí. —Regresé el interés en las páginas.

Él llegó a mi lugar y sin vacilar me arrebató el libro de las manos, lo dejó sobre la mesa y comenzó a revisar mis respuestas para después asentir satisfecho.

Lo contemplé un instante, evalué su rostro; era un hombre inteligente, rondaba los cuarenta y cinco, vestía trajes caros hechos a la medida, particularmente en tonos oscuros y grises. No era delgado, pero tampoco gordo. Sus facciones resultaban toscas, hasta al punto de llegar a ser intimidantes. Era dueño de unos fríos ojos azules idénticos a los míos que, si no supiera la verdad sobre mis orígenes, juraría que él era mi padre.

—Bien, Sasha. —Cerró la tapa con fuerza—. Ahora ya eres un joven, comprendes todo a la perfección —habló despacio, como si lo hiciera con un niño, quizá yo aún lo era, pero había madurado muy rápido.

—Lo hago —acepté serio. Crucé los brazos por encima de la mesa, a sabiendas que aquello estaba prohibido.

—Sabes que me debes respeto y la vida misma, porque si no fuera por mí, ahora mismo estarías en algún callejón siendo un ladrón o tal vez muerto. Entiendes que yo te salvé, ¿cierto? —continuó y, con franqueza, no sabía adónde iba con esto.

—Lo entiendo a la perfección, padre. Me diste un techo, comida, me vestiste y me diste educación para no ser un ignorante.

Sonrió con malicia, como siempre lo hacía cuando tramaba algo y para mi desgracia, esta vez yo estaba incluido en esos planes.

Llevaba más de diez años a su lado, lo conocía a la perfección y él me conocía a mí; de mi vida antes de él no recordaba mucho, solo leves recuerdos que llegaban cuando querían, pero siendo tan borrosos que nunca pude entender de qué iban. Lucían como manchas tenebrosas en medio de un mar oscuro, dándome susto y me obligaban a luchar para no tenerlas en mi mente. Sergey no me decía nada de mi pasado, de quiénes fueron mis padres, si tenía más familia o algo; si yo pude haber rememorado, aunque sea un poco de mi vida pasada, hoy todo ello quedó olvidado.

No. Sergey no me daba nada, me repetía una y otra vez, que era el único que debía mantener, que dejara de hacer preguntas estúpidas sobre personas que probablemente estaban muertas o ni siquiera se acordaban de mí.

Sádico ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora